Tengo 51 años. Casada. Madre de dos hijos ya mayores. Sin problemas importantes.

En el año 2006 me operaron de una hernia discal. Antes de la operación, me recetaron bastante medicación para el dolor. Una de las medicaciones era un opiode. Tramadol.

Antes incluso de salir del hospital tras la operación, ya noté síndrome de abstinencia. Aunque intente dejarlo en varias ocasiones, me fue imposible y cómo además tengo el Síndrome de piernas inquietas, esta medicación me calmaba los síntomas. Así que estuve tomándolo de estrangis durante unos 12 años. Lo conseguía sin receta en varias farmacias de mi ciudad que tenía bien localizadas. (Les envío este artículo de El País, sobre la  gravedad de este problema. https://elpais.com/elpais/2018/02/13/opinion/1518551088_706341.html)

El verano pasado, fui al médico por una depresión y le informé de mi adicción. Me dijo que tenía que ponerme en manos de un especialista. Así que empecé a ir a un psiquiatra que me recetó más medicación para después progresivamente ir quitando el consumo de opiáceos.

La mezcla de tanta medicación me afectó de tal manera que una noche mi marido tuvo que llamar a los servicios de urgencias porque  estaba histérica. Y me dieron más medicación! Al día siguiente empecé a tener alucinaciones (hablaba a través del secador de pelo como si fuera un teléfono; veía luces que bailaban a mi alrededor; estaba como ida…) Me llevó a urgencias.

Yo de todo eso apenas recuerdo nada. Desperté, al cabo de dos días, en la zona de psiquiatría atada a la cama. Todavía recuerdo las correas en mis muñecas, pies y cintura. Recuerdo que gritaba mucho. Suplicaba que me soltasen. Además continuaba con alucinaciones y estaba rodeada de gusanos (en mi mente claro está, aunque para mi era muy muy real). Lloraba. Intentaba soltarme. Gritaba con todas mis fuerzas. No vino nadie.

Fue una de las peores experiencias de mi vida.

Esto fue en noviembre. Y todo este tiempo he pensado que era la única solución que les quedaba. No sé si me puse violenta, o si intentaba hacerme daño. No lo recuerdo.

En las dos semanas que estuve ingresada, vi que era una práctica de lo más normal. En cuanto alguien se ponía mas nervioso de lo deseado, acababa atado.

La lectura de su artículo me ha hecho ver las cosas de otro modo.  Plantearme si verdaderamente era necesario.

Creo que nunca sabré la respuesta.

En mi cabeza ha quedado esa imagen de impotencia, desesperación, de sentir que tu cuerpo no es tuyo, que estás a merced de otras personas, que tus decisiones y deseos no valen nada. Si ya tenía una depresión importante, dicha experiencia empeoró mi situación.

Todavía estoy en tratamiento psiquiátrico y psicológico. La adicción a los opiáceos, superada. Pero siempre habrá un antes y un después, tras mi ingreso en el psiquiátrico.